miércoles, 24 de septiembre de 2025

Por favor, date prisa: Mi postre favorito

Carpe diem, el famoso tópico del tempus fugit, de la vida efímera que debemos exprimir antes de que se pase, es un clásico de la literatura de todos los tiempos y en todas las lenguas. Muchos recordamos esta expresión por El Club de los Poetas Muertos, pero también tenemos una maravillosa versión en lengua castellana con las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. La traducción literal es “agarra el día”, y siempre me ha gustado más, ya que capta la idea más humana y terrenal de apegarse al instante, a la posibilidad de ser momentáneamente feliz.  

Parece que cuando hablamos del carpe diem siempre pensamos en la juventud. Sin embargo, una de las grandezas de este pequeño milagro que hoy os traigo por aquí, Mi postre favorito, es presentar a una mujer de 70 años como objeto, pero, sobre todo, como sujeto de deseo. Algo que, si ya resulta transgresor en nuestra sociedad, en una como la de la República Islámica de Irán es simplemente revolucionario.

 

En una muy acertada presentación del personaje, vemos a Mahín (Lili Farhadpour), de 70 años, en diferentes estampas de su día a día. Sabemos que es viuda, y que su hija y nietos viven en el extranjero, con quienes habla en llamadas por videoconferencia que, de alguna manera, nunca permiten una conversación profunda. Riega las plantas de su jardín, va de compras y, de vez en cuando, organiza almuerzos para sus amigas, donde el tema principal son las diversas dolencias de cada una, discutidas con una sinceridad y desparpajo que hacen recordar a las mujeres de Marjane Satrapi.   

Parecería que a nuestra protagonista no le queda otra que pasar lo que le quede de vida en soledad. Pero Mahin no se conforma y tiene pensado un plan. 

Así, empieza a frecuentar lugares públicos donde quizás, solo quizás, pueda conocer a un hombre de su edad. Difícil en el Irán actual, que no es precisamente un lugar repleto de espacios para socializar. Se sienta en un parque, donde personas mayores suelen hacer ejercicio. Se toma un café consigo misma en un otrora afamado hotel. Pero ahora el menú es en código QR y su café favorito no se ha servido en años. Todo conspira para hacerla sentir como una reliquia. Pero ser mayor y estar un poco de vuelta de todo también tiene sus ventajas: se enfrenta a la policía de la moral cuando intentan arrestar a unas jóvenes en un parque por no cubrirse completamente el cabello con el hiyab.  

Finalmente, mientras come en un restaurante de menús del día, ve a Faramarz (Esmaeel Mehrabi), un taxista, viudo como ella. Ella le sigue hasta la oficina de taxis y espera a que vuelva para pedirle que la lleve a casa.

Cada vez más envalentonada, consigue no solo que Faramarz le lleve a casa en su destartalado taxi, sino lanzarse e invitarle a entrar en su casa. En este punto ya somos todos cómplices de la pareja; como dos jóvenes adolescentes, Mahin consigue colar al taxista en su casa a salvo de las miradas entrometidas de los vecinos.

El hielo no tarda en romperse – el vino ayuda –, y Mahin y Faramarz reconocen en el otro tanto la necesidad de conexión como ciertas cosas en común, como el gusto por la música y cierto carácter rebelde (Faramarz pasó un mes en prisión por tocar un tar, un laúd persa, en una banda de bodas).

Ella prepara un pastel, riquísimo, él repara las luces estropeadas que impiden ver el jardín de noche.  Una mesita a la fresca, un poco de vino, algo de música. Confidencias como de quinceañeros, un poco más de vino, música… y se ponen a bailar… 

Suena la canción Daro Va Nemikonam, de Fereydoon Farrokhzad, popular poeta y cantante persa:

“Si la luna baja del cielo y llama, llama a la puerta.
Si el ave de la fortuna vuela sobre mi cabeza.
Si el trueno del cielo grita.
Si mil gritos resuenan en mi cabeza.
Porque eres mi invitada, no abriré la puerta.
Querida, no abriré la puerta.
No abriré la puerta, no, no abriré la puerta.
Si desde el alto palacio del cielo.
Si desde el paraíso del amor, las hadas del amanecer, la doncella de cabellos dorados.
Traen mil buenas noticias.
Las estrellas bajan y llaman a la puerta.
Me visitan cien veces desde la noche hasta el amanecer.
Porque eres mi invitada, no abriré la puerta.
Querida, no abriré la puerta”.

Hay un momento delicioso en el que él le pregunta si no teme que los vecinos les oigan y llamen a la policía de la moral, a lo que ella responde: “que vengan… ¿qué van a hacer, obligarnos a casarnos? Los dos estallan en risas.

Un pequeño milagro 

 Siempre que hablamos de Irán, lo ordinario toma carices de extraordinario. Por esta historia que os acabo de relatar en parte, las autoridades iraníes han condenado a los directores y guionistas Maryam Moghaddam y Bentash Sanaeeha a 14 meses de prisión y una multa de 400 millones de riales iraníes (aproximadamente 8.080€). ¿La razón? Consideran a la película como obscena y que ofende la decencia pública. 

Seguramente lo que más molesta al régimen es que la película nunca tuvo permiso oficial de exhibición en Irán. De hecho, se rodó de forma clandestina en Teherán sin pasar por el sistema de guiones autorizados, censura previa, ni pedir los permisos de filmación oficiales. A pesar de que las autoridades intentaron bloquearla, los realizadores consiguieron sacar una copia de forma clandestina del país, lo que ha permitido su postproducción fuera de Irán y el estreno en el circuito internacional.

A los dos directores afortunadamente se le ha suspendido la condena durante cinco años, pero se les tiene prohibido salir del país y han sido confiscados sus pasaportes. No han podido acudir al estreno de su película en la Berlinale, ni a ningún otro festival. 

Los actores protagonistas Lili Farhadpour y Esmaeel Mehrabi portando la foto de los dos directores obligados a permanecer en Irán

Los que sí estuvieron fueron la pareja de protagonistas y diversos miembros del equipo de rodaje. Ellos también han pagado un precio por estar allí. Lili Farhadpour (que por cierto además de una increíble actriz es periodista, escritora y activista), y Esmaeel Mehrabi han sido también sancionados con importantes multas. Lili asume que seguramente este será su último proyecto como actriz.  En un momento dado de la rueda de prensa una periodista le pregunta si la decisión de no llevar hiyab en el interior de la casa está relacionada con las protestas de 2022 por la muerte de Mahsa Amini. “Nosotros teníamos la idea (de no llevar hiyab en las escenas de interior) antes de las protestas. La gente se reía viendo a una mujer yendo a dormir en hiyab. No queríamos eso”. 

Y es que, durante la película, los dos protagonistas hacen cosas que no solo están prohibidísimas, sino que son directamente delictivas en Irán: beber vino, escuchar música no islámica, bailar, estar juntos sin ser parientes… ser felices…

Aquí es donde lo cotidiano toma un cariz político, revolucionario. No puedo evitar recordar ese momento de la novela 1984 de George Orwell en el que Winston y Julia consuman su traición al partido simplemente por el hecho de amarse: 

"Su abrazo había sido una batalla, el clímax una victoria. Era un golpe contra el Partido. Era un acto político."

Cuando la película termina el espectador se ve abocado a tomar su propia decisión sobre lo que ha visto. He aquí la mía: No creo en el destino. Lo que Mahin ha hecho posible esa noche no ha surgido del azar, sino de su anhelo y voluntad de amar y ser amada. Ella es un agente activo de su propia vida, algo que resulta una bofetada a cualquier ideología totalitaria.

En el aspecto más puramente cinematográfico, la amiga con la que fui al cine se fijó en cosas muy interesantes. La película respira un de una gran calidad técnica y artística. Largos planos secuencia en la que la cámara se va aproximando a los protagonistas según su acercamiento e intimidad crece, el sonido del ambiente que llena el silencio como un personaje más (a diferencia de la música extradiegética tan típica del cine americano), la maravillosa escena del baile… 

Algunos críticos se han quejado del tono ligero de buena parte de la película, pero para mí este es el gran acierto. La cartelera abunda en películas “grandes” conscientes de su importancia y gravedad. Pienso que la fuerza de Mi postre favorito está precisamente en su sencillez, en su cotidianeidad, en lo rápido que empatizamos con Lili en su búsqueda del afecto y la conexión humana.  Pocas historias más universales.  

“Por favor, date prisa” repite anhelante Mahin en varias ocasiones para urgir a su recién estrenado amante a reunirse con ella. Sabe que es más tarde de lo que parece y que la felicidad siempre es un don pasajero. Es necesario agarrarnos a ella cuando llega y prepararle nuestro postre favorito, ese que siempre reservamos para el final. 

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