Entre finales del siglo XIX y principios del XX apareció en Barcelona un pintor que no se parecía a ningún otro. Mientras sus contemporáneos pintaban paisajes o estéticas imágenes simbolistas, los protagonistas de sus cuadros eran los olvidados y marginados.
La Barcelona de aquellos años era una ciudad en la que coexistían dos almas. La ciudad moderna y cosmopolita, con su nuevo ensanche plagado de flamantes edificios modernistas convivía a su vez con otra preindustrial, llena de carencias y miseria. Él se convirtió en retratista de esa otra Barcelona que nadie quería ver. No lo hizo por un afán moralista ni por mostrar el folclore de los bajos fondos. Lo hizo porque encontró la belleza que buscaba donde nadie más miraba: entre los humildes ropajes de la pobreza.
Esta es una historia a la que le faltan respuestas rotundas, en la que los espacios en blanco han de ser forzosamente rellenados con la imaginación o la especulación. Nuestro protagonista no dejó descendencia y murió joven, así que todo lo que sabemos de él nos viene de terceros, del recuerdo de los que le conocieron en vida.
Próximo y lejano; exótico y cercano. El mundo de Isidre Nonell.
La Colla del Safrà
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Al atardecer, 1894 |
Isidre Nonell Monturiol nació el 30 de noviembre de 1872 en el 38 de la calle Sant Pere Més Baix de Barcelona. En el bajo de dicho edificio la familia poseía un negocio de pastas de sopa, que sin ser boyante, permitió que Nonell se pudiera dedicar a un profesión tan incierta como la pintura.
Después de formarse en diferentes academias como la del pintor Josep Mirabent o la de Lluís Graner completó su formación académica con dos cursos (de 1893 a 1895) en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, conocida popularmente como la Lonja.
El estilo esclerotizado de enseñanza le decepcionará y junto con otros compañeros pintores (Canals, Mir, Pichot, Sunyer, Vallmitjana) se lanzará a la calle a pintar del natural. Influidos por los impresionistas franceses, tratan de captar como cambia la luz de un paisaje en un determinado momento del día. Serán conocidos como la Colla del Safrà (el grupo del azafrán) por la tonalidad amarilla de muchas de sus pinturas.
El viaje que lo cambia todo
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Cretina del Boí, 1896 |
Lo que ve allí impacta a Nonell. Entre los habitantes de aquella población de los Pirineos vivían muchas personas afectadas de cretinismo: una enfermedad congénita que provoca deformaciones y y retraso del desarrollo físico y mental
Impresionado por las condiciones de vida de sus habitantes, los volcó en numerosas obras que dibujó allí mismo y que recreó en los meses siguientes en sus talleres de Barcelona y luego de París. Nonell abandonaría los paisajes para centrarse en dibujar a los más desventurados.
Su primera muestra individual, en la sala de exposiciones de La Vanguardia, pasa totalmente desapercibida. Su amigo Canals le propone entonces que vaya con él a París que en aquel momento la capital de la pintura.
En París, salvo una estancia de pocos meses en Barcelona al año siguiente, permanecerá hasta 1900. En 1898 junto a Canals consigue exponer en la importante galería de Le Barc de Boutterville 57 dibujos de diferentes tipos marginales captados en las calles de París, junto a su serie de cretinos. La crítica parisina se hace eco de los cuadros con grandes palabras de elogio.
Este reconocimiento parisino abriría puertas a Nonell en Barcelona.
Los "dibujos fritos"
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Repatriados, 1898 |
A finales de julio de 1898 Nonell regresa durante unos meses a Barcelona. Allí frecuenta Els Quatre Gats, el establecimiento inaugurado el año anterior por Rusiñol, Casas, Utrillo y Pere Romeu, que se había convertido en el epicentro de la Barcelona modernista y por donde desfilaba la flor y nata del mundo intelectual y artístico. Inspirado en el cabaret "Le Chat Noir" de París, el nombre viene de cuando Miquel Utrillo y Pere Romeu estaban dando forma a la apertura del restaurante y la respuesta más habitual de sus conocidos era: "¡Seréis cuatro gatos!".
Parte del local servía como sala de exposiciones para que los artistas jóvenes pudieran mostrar sus obras. Nonell fue uno de los elegidos. En diciembre de aquel año, poco antes de regresar a Paris, exponía un conjunto de dibujos que representaban a tipos desarraigados de la sociedad captados en plena calle.
También había dibujos de los repatriados que habían vuelto de Cuba o de la campaña de Filipinas, veteranos que empezaron a deambular por el puerto y por las calles de la ciudad en un estado lamentable.
En estos dibujos Nonell utilizaba una técnica muy personal, que aún hoy no se ha podido identificar del todo, aunque se cree que consiste en aplicar sobre el dibujo, una vez terminado, una serie de barnices o betunes que dan al papel una apariencia dorada (de ahí que se conozcan popularmente como “dibujos fritos”). Esta técnica hace que parezcan obras antiguas, doradas y ennegrecidas por el tiempo, lo que en palabras de un crítico de la época “consigue imprimir fantasía a temas que por su índole social y tal como él los dibuja no la tienen y enriquecer con las galas de un hábil colorista lo que por propia naturaleza es pobre y sucio”.
Explorando los márgenes
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Playa de Pequín, 1901 |
Al poco de instalarse de nuevo en Barcelona, hacia 1900, Nonell buscó un taller fuera de su domicilio familiar. Lo encontró en el número 28 de la calle Comercio, muy cerca del parque de la Ciudadela. En este taller empezó a pintar sus primeras gitanas, que hacían cola en la escalera del taller para posar como modelos a cambio de cinco reales. Pero la calle seguía siendo el principal taller para Nonell.
En sus recorridos por los bajos fondos de la ciudad a menudo recalaba en la Barceloneta, recorría la playa del Somorrostro y llegaba hasta el llamado barrio de Pekin. Este arrabal se llamaba así por la comunidad oriental que, huyendo de la guerra de Cuba o de Filipinas, se instaló allí. Como se vinieron con lo puesto se vieron obligados a asentarse en barracas. Más tarde, huyendo del hambre, multitud de trabajadores de todos los rincones de España se asentarían en el bario para ayudar en la construcción del recinto ferial de la Exposición Universal de 1888 y de otras muchas obras públicas de una ciudad que no paraba de crecer.
En 1901 Nonell pintó un oleo relativo a la Playa de Pequín que muestra a la izquierda del cuadro un horizonte marítimo cuya imagen idílica choca con la neblinosa barraca de la derecha. Esta obra, junto con Pobres esperando la sopa, son las que marcarán la entrada en la nueva etapa artística de Nonell y por la que sería más conocido.
Las gitanas
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De izquierda a derecha: Estudio de gitana (1906), Gitano (1901), La Paloma (1904) |
Al poco de volver Nonell a Barcelona se produce el cierre de Els Quatre Gats. Ya solo quedaba una galería de arte donde los pintores podían exponer de forma individual: la Sala Parés. Pero tanto los pintores que la orbitaban como su clientela potencial (la alta burguesía catalana) eran muy conservadores.
Nonell, con sus pinturas de gitanos convierte en protagonistas de sus composiciones a personajes sociales marginados, cuyos modelos de vida se encontraban muy alejados del indulgente gusto de las clases altas ni del estilismo modernista del momento.
Aunque otros autores habían retratado antes a gitanas y personas marginales, lo hacían desde una mirada folclórica, anecdótica...inofensiva. Él las pinta como protagonistas absolutas, con una paleta oscura, con un fondo que resalta su presencia, y en actitud de profundo abatimiento. Muchos de estos cuadros llevan nombre propio: La Trini, Graciela, Dolores, La Pilar...
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Abatimiento, 1905 |
Entre 1902 y 1903 expone en diferentes ocasiones sus obras en la Sala Parés. Aunque acompañado de otros artistas, son sus gitanas las que llaman la atención del público y de la prensa. Y no para bien. La animadversión fue tal que el propietario de la galería decide cerrarle definitivamente las puertas.
A pesar del rechazo generalizado de su obra, Nonell no claudica ni se marcha de Barcelona. Acompañado de su amigo Juli Vallmitjana, (que será el gran cronista de la cultura y lengua caló), seguirá visitando los arrabales, los barrios donde moran sus modelos y estableciendo lazos de amistad y reconocimiento mutuo.
En especial con una de ellas.
Consuelo
Una alborotada cola de mujeres de todas las edades se formaba en la escalera del taller de Nonell. Él las necesitaba como modelos y les pagaba una modesta cantidad por posar. Algunas vienen del Somorrostro, otras de Can Tunis. Son su inspiración: Soledad, Amparo, la Sol, Dolores, la Pelona, la Paloma, Carmen... pero hay una que es su favorita y esa es Consuelo.
Consuelo es una gitanilla adolescente a quien Nonell define con estas palabras: "Tenía pupila de fuego, con los ojos ataba y con la boca mataba". Nacida en Barcelona, empezó a pintarla con catorce años. Tal vez para separarla del pintor, la familia envió a Consuelo a Madrid y la obligó a casarse con un gitano. "con el que vivió un infierno de palizas. Pidio auxilio a Nonell, que la ayudó a salir de allí y volver a Barcelona para vivir con su abuela" detalla Artur Ramón en su artículo.
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Consuelo (1905) Adolf Mas |
La joven se convirtió en su musa. En la resvista Joventut (24 noviembre 1905), apareció un texto de Junyent titulado La mort de la gitaneta, donde describía a Consuelo como mujer de líneas frágiles, perfil egipcio, frente pequeña, ojos sesgados, nariz aquilina y labios carnosos "Su piel era morena y satinada, su cabello negro y lustroso. No reía nunca: tan solo sonreía. Y su sonrisa era de reina". Su belleza plástica, nada convencional, enamoraba al pintor, explica Junyent Y añade que Nonell la amaba con el amor más puro que es el del artista a la encarnación viviente de su ideal, la realidad sobre la que aspira a hacer su obra maestra.
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De arriba a abajo y de izquierda a derecha: 1) Consuelo (1904), 2) Gitana de lazo rojo, (1902) 3) Consuelo (1902), y 4) Gitana (1903) |
Consuelo falleció a causa de un brutal viento huracanado que arrasó parte de la ciudad aquel 13 de noviembre de 1905, derribando la pared cercana a la barraca donde vivía junto a su abuela.
Sobre un óleo de tela de 172x113.5, donde aparece sentada y arropada, Nonell, que no acostumbraba a fechar sus obras, añadió una referencia en el extremo inferior derecho: nov (noviembre) de 1905, como homenaje. Algunos estudios posteriores con infrarrojos han descubierto una guitarrita que dibujó en una de las esquinas y luego cubrió con una capa de pintura. Esa guitarrita era un objeto muy querido de Consuelo.
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Consuelo, nov 1905 |
El reconocimiento final
En 1910 llega por fin su reconocimiento público. Se celebra una importante exposición individual en el Faianç Catalá de Barcelona, una tienda de cerámica que fue reconvertida en galería de arte, un lugar que pusieron en marcha destacados intelectuales como Utrillo, Pujols, Elias, Jori y D´Ors, y que sería clave para el novecentismo catalán. Allí Nonell muestra una antología compuesta por algo más de 135 pinturas. La exposición se convierte en un acontecimiento y destacados coleccionistas adquieren sus obras por primera vez. Un grupo de amigos y artistas compran una de las obras expuestas (Meditando) para donarla al museo municipal, con lo que Nonell pasa a formar parte del patrimonio público de la ciudad.
Conseguido el respeto por su obra, Nonell emprende un cambio de rumbo. La mujeres son protagonistas de sus retratos, pero ya no son siempre gitanas, y su paleta se vuelve más clara y luminosa. En 1910 se produce un cambio aún más radical: empieza una serie de 12 bodegones en los que extrema la economía formal y minimalismo que había caracterizado su producción. Naturalezas muertas donde se sigue notando la mirada de Nonell, dado que están compuestas de elementos muy sencillos, como los arenques, las cebollas o las castañas, en lugar de otros más decorativos o lujosos como las flores y las frutas.
La muerte de Nonell el 21 de febrero de 1911, debido a unas fiebres tifoideas cuando acababa de cumplir 38 años, interrumpía súbitamente su nueva andadura artística, abriendo un interrogante sobre el camino que hubiera tomado a partir de entonces.
Su entierro, como informó la prensa, congregó a mucha gente del barrio en el que Nonell había vivido siempre y a lo más granado del arte y de la cultura de Barcelona. Por supuesto, no faltaron en el cortejo fúnebre “tres mujeres enlutadas que seguían la comitiva y que también habían traído flores para el glorioso muerto. Eran las modelos del pintor" (La Publicidad, 23 de febrero 1911).
Fuentes
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