jueves, 28 de agosto de 2025

La ficción de la realidad: Leer Lolita en Teherán


A veces la ficción solo requiere que alteremos alguno de los elementos de la realidad. Así, por un proceso de extrañamiento, algo cotidiano y sencillo de pronto se transforma en extraordinario.

Imaginemos: Has quedado con compañeros de estudios para participar en un seminario en torno a varias obras clásicas. Os cita tu profesora en su domicilio. ¿Quién no ha participado en clases de literatura, en clubs de lectura o discutido sus lecturas con otras personas? Pero ahora viene lo extraordinario: las obras que vais a leer están prohibidas, las reuniones deben ser secretas ya que si las autoridades se enteran de lo que estás haciendo, puedes acabar en la cárcel… o algo peor.

¿De qué manera la ficción puede constituir una amenaza para un régimen poderosamente asentado? Tendemos a pensar en la ficción como un campo de pura evasión: leemos para escapar de nuestra realidad, para vivir otras vidas. Pero, ¿y si os dijera que también leyendo podemos cuestionar la realidad, incluso tal vez transformarla al imaginar otros mundos en el que nosotros ya no somos los mismos?

Cruzar el umbral

Así comienza la autora el relato de esos encuentros secretos: 

“Tras dimitir de mi último puesto académico en el otoño de 1995, decidí darme un capricho y cumplir un sueño. Elegí a siete de mis mejores y más aplicadas alumnas y las invité a que vinieran a mi casa los jueves por la mañana para hablar de literatura…” 

No todas eran iguales: algunas eran laicas, pero también había algunas muy devotas. También estaban aquellas que siendo religiosas, no estaban de acuerdo con las restricciones del régimen. Todas tenían en común el amor por los libros y la cultura.

Una de las cosas que más me ha gustado ha sido ese momento en el que llegan a la casa y se disponen a sentarse en el salón: 

“Durante dos años, lloviera o luciera el sol, vinieron a mi casa prácticamente todos los jueves por la mañana, y casi nunca dejé de asombrarme de verlas despojarse de los velos y los mantos que estaban obligadas a llevar y estallar en una sinfonía de color. Al entrar en aquella sala, mis alumnas se quitaban mucho más que el pañuelo y el manto. Poco a poco adquirían perfil y forma, y se convertían en sus propias identidades inimitables. Nuestro mundo, en aquel cuarto, con la ventana enmarcando mis queridos montes Elburz, se transformó en un santuario, en un universo autosuficiente que burlaba la realidad de los pañuelos negros y los rostros tímidos en la ciudad que se extendía allí abajo".  

Teherán, con la cordillera de los Montes Elburz al fondo

Criaturas en los sueños de otro

En la primera parte Azar Nafisi nos habla de Lolita, la inmortal novela de Vladimir Nabokov. La historia que cuenta cómo Humbert Humbert, el hombre de mediana edad que se obsesiona con la doceañera Dolores Haze, se casa con su madre para poder estar cerca de ella, y tras la muerte de aquella la convierte en su amante.

“Para poder reinventarla, Humbert debe despojar a Lolita de su historia real y reemplazarla por la suya propia, convirtiéndola en una reencarnación de su amor juvenil perdido y no correspondido…”

En cierta forma, es lo que el régimen de los ayatolás intenta hacer con su pueblo, en especial con las mujeres: 

“Nos habíamos convertido en las criaturas de los sueños de otro. Un adusto ayatolá, un sedicente rey filósofo había acabado gobernando nuestro país. Había llegado en nombre del pasado, de un pasado que, según él, le habían robado. Y ahora quería recrearnos a imagen y semejanza de ese pasado ilusorio”. 

No estaba escrito de antemano que los más conservadores, los clérigos chiitas dirigidos por el ayatolá Ruhollah Jomeini, fueran a dominar el país. Cuando surgió la revolución de 1979 eran una de tantas fuerzas que se oponína al régimen del Sah, que si bien había modernizado el país, era un autócrata cuya temida policía secreta (el Savak) torturaba y asesinaba a los opositores. 

En esa oposición al Sah había también intelectuales de izquierda, nacionalistas, laicistas e islamistas moderados. Pero al final los ultraconservadores resultaron ser los mejor organizados, con un líder claro (Jomeini), que volvió de su exilio en el extranjero justo a tiempo para ponerse al mando de la revolución.

Unos meses más adelante, un referéndum apoyado por un 98% de la población estableció la República Islámica de Irán. La gran victoria del sí pone en evidencia que muchos que votaron por un cambio no sabían que acababan de firmar el inicio de un régimen teocrático cuya última palabra la tendría siempre el líder supremo de la revolución. 

El final de un sueño 

Ten cuidado con lo que sueñas y con lo lejos que estás dispuesto a llegar para convertirlo en realidad. Igual que Gatsby – el millonario de la novela de Scott Fitzgerald – puede ser que te des cuenta demasiado tarde de que ese sueño no es real.

Me gusta mucho la observación que hace Nafisi de que la empatía es uno de los efectos secundarios de la lectura. Según ella, leemos impulsados por la curiosidad, porque queremos saber lo que desconocemos. Pero además, cuando te adentras en un mundo que es familiar y a la vez desconocido e inicias ese viaje de descubrimiento, desarrollas la empatía. Las historias nos sitúan dentro de la experiencia de los demás y nos permiten ver y sentir lo que no hemos visto o sentido anteriormente.

Siempre he tenido curiosidad e interés por Irán. Recuerdo haber visto aquella película No sin mi hija, en la que Sally Field interpreta a una madre que es mantenida en Irán en contra de su voluntad y no le queda otra que emprender una peligrosa huida para salir del país sin perder la custodia de su hija. No es que lo que contase la película no fuera cierto, es que era mostrado de una manera casi monolítica: todos los iraníes eran unos seres retrógrados y primitivos (solo se salvaba el contrabandista que le ayuda a escapar, que muestra una admiración reverencial por los Estados Unidos). La película fue tremendamente influyente en su momento y marcó la manera en que muchos veíamos a la República Islámica en los noventa. 

La cosa empezó a cambiar (al menos en mi caso) cuando leí a Marjane Satrapi y su recuento de memorias en Persépolis. Empecé a vislumbrar una realidad distinta a ese retrato monocromo: la de un pueblo indómito, joven y moderno que había visto sus derechos cercenados pero que sin embargo, y de puertas para adentro, intentaba conservar las mayores cuotas de libertad y dignidad. Un Irán cuya sociedad civil estaba muy por delante de sus gobernantes.

Azar Nafisi
No bailar con el carcelero 

Hablando de otra obra de Nabokov, Invitado a una decapitación, la autora afirma que el peor crimen que comenten los regímenes totalitarios es que obliga a los ciudadanos a participar en su propio sometimiento. El régimen se mantiene en la ficción de determinados rituales y pantomimas. Fuera de ellos, se derrumba. Igual que Humbert Humbert no conoce a la verdadera Lolita, la niña real que hay más allá de su obsesión, estos regímenes no conocen a sus habitantes, no están interesados en hacerlo, solo quieren imponer su visión sobre ellos. 

Hay otro problema añadido: la falta de libertad te convierte en víctima, en objeto en manos de tus agresores. Te blinda con excusas –completamente comprensibles–, y te evita tener que responsabilizarte de tu vida.

En un momento dado, el marido de Nafisi, Bijan, tras presenciar a unos jóvenes interpretando canciones de los Gypsy Kings (por cierto, la descripción de este concierto, a duras penas tolerado por el régimen, es inolvidable), comenta:

“Siento pena por esos muchachos – dijo –. No carecen por completo de talento, pero nunca serán juzgados por la calidad de su música. El régimen los critica por ser occidentales y decadentes, y el público los aclama irracionalmente, no porque sean de primera fila, sino porque tocan música prohibida y, en consecuencia – añadió dirigiéndose a todos en general - ¿cómo van a aprender a tocar bien?”.

La peor amenaza para los totalitarismos es la complejidad y la ambigüedad, y la única forma de salir del círculo es dejar de bailar con el carcelero: descubrir la manera de conservar la propia individualidad. Para esto, sin duda, la literatura y la imaginación crean un espacio de cuestionamiento en el que no solo se explora la realidad sino cómo podría o debería ser esta. 

Tomar el control de tu historia

Azar Nafisi es una profesora muy astuta, que provoca reflexiones a sus alumnos y traza paralelismos muy sugerentes, ya sea con el juicio a la novela El Gran Gatsby o la comparación de las novelas de Jane Austen con un baile decimonónico, en el que no solo tienes que estar pendiente de tus movimientos y los de tu pareja sino de todas las personas con las que compartes el espacio.  

Al leer este libro, publicado en el 2003, es inevitable acordarse de las manifestaciones convocadas en 2022 a raíz de la muerte tras una paliza de Mahsa Amini por parte de la policía de la moral al no llevar bien puesto el velo, lo que provocó protestas masivas con quemas de hiyab. Al final el régimen las sofocó a sangre y fuego, pero algo ha cambiado. Cada vez más mujeres (valiente es un término que se les queda corto), salen a la calle con el rostro descubierto, en algo que es tanto un gesto de afirmación de la propia individualidad como de desafío al régimen. 

“Cuando explicas tu propia historia, tomas control de la realidad. En Irán, la realidad tenía poder sobre nosotros. Una forma de negar ese control es relatar tus propias historias. Cuando cuentas tu historia desde tu punto de vista, ellos pierden su poder”. 

Para saber más

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