(Este post puede contener trazas de IA y búsqueda Google en su composición)*
Nunca he creído en las lecturas obligatorias. Sé que puede ser muy beneficioso para un estudiante leer El Quijote, La Colmena o El Diario de Ana Frank, pero creo sinceramente que si obligas a leer estos libros u otros le estás quitando el verdadero poder emancipador de la cultura: que sea el deseo, la curiosidad los que te lleven a descubrirlos.
En lugar de eso, mi idea del profesor ideal sería aquel que hiciera saber a sus pupilos que estos libros existen y (ya para nota), les motivara a emprender el viaje de encontrarse con ellos.
¿Por qué os cuento todo esto? Porque creo que tanto tú, amable lector, como yo, estamos empezando a vivir en un mundo en el que esa búsqueda, esa conquista de la curiosidad se está encontrando con cada vez más lecturas obligatorias. Aunque nos parezcan elegidas.
Intentaré explicarme.
La historia que emocionó al algoritmoEn 1964 Marshall McLuhan acuñó la famosa frase “el medio es el mensaje”, dando a entender que no solo importa el mensaje que recibimos; el medio por el que nos llega influye tanto o más que el contenido en sí. Tanto, que puede llegar a cambiar la manera en que percibimos la realidad y nos comunicamos.
Pensemos en las redes sociales, y cómo han popularizado un consumo de información basado en la brevedad (tuits, videos cortos), en la heterogeneidad (a un video de gatitos sigue otro sobre un terremoto), la yuxtaposición… ¿Qué nos dice esta combinación de cosas alegres, tontas, dramáticas? Pues que nada es demasiado importante… salvo tu atención.
Y es que el modelo de negocio de las redes sociales (Facebook, Instagram, Tik Tok o YouTube), se basa en mantenerte el mayor tiempo posible dentro de sus redes, porque cada minuto de tu tiempo es dinero a través de anuncios dirigidos. Es lo que se llama economía de la atención .
Estas redes son alimentadas por un algoritmo (un conjunto de reglas y procesos automáticos que deciden qué contenido se te muestra, en qué orden y con qué frecuencia). Por no decir que en muchos casos, como Twitter (ahora X), existen intereses particulares poco transparentes que otorgan y quitan visibilidad a según qué temas y cuentas.
Ya os oigo decir que los medios tradicionales también responden a intereses particulares. Es cierto. Sin embargo, el problema es que en el caso de las RRSS estos intereses no aparecen en forma de línea editorial o tratamiento de una información; estos intereses aparecen en la búsqueda, son filtros invisibles entre la información y los receptores.
Puede que argumentéis que no es obligación de las redes sociales informar de manera rigurosa. Y tenéis razón, pero el problema es que este sistema de algoritmos se ha vuelto hegemónico en Internet, y empieza a afectar a los propios medios tradicionales, que si quieren que sus contenidos sean mostrados en los motores de búsqueda deben acoplarse a el tipo de criterios que dichos motores priorizan.
Peor aun, muchos medios empiezan a coquetear con una forma de hacer información que imita a las de los videos cortos de TikTok, como explica en este artículo de Substack Eva Guijarro.
¿Afortunadamente? cada vez más a menudo cuando hacemos una búsqueda, tenemos la ayuda de la IA que nos hace un fantástico resumen que responde a la pregunta que le hagamos sin necesidad de buscarla en ningún enlace.
Porque la IA siempre es fiable ¿verdad? ¿verdad?
¿Cervantes era zurdo?
El otro día, al hilo de la nueva película de Amenábar, basada en el cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel, me surgió una duda: ¿Era Cervantes zurdo?
Como sabéis el famoso escritor tenía inutilizada la mano izquierda debido a unas heridas de guerra. Mi duda surgió hablando con una amiga. Pensé “menos mal que no era zurdo, si no, quizás nunca hubiera escrito las grandes obras que escribió”. Es curioso cómo hubiera cambiado la historia por un hecho tan fortuito ¿verdad?
Al momento me surgió la duda existencial: “…porque Cervantes no era zurdo…¿verdad?
Para salir de dudas pregunté a la IA de Google, que me respondió lo siguiente:
Yo no sé vosotros, pero a mi no me queda nada claro que porque se lesionó el brazo izquierdo fuera zurdo.
Además, tengo la sensación de que la IA responde a esta pregunta cambiando sutilmente de sujeto de la cuestión, cual político pillado en falta o estudiante en un examen que no domina mucho.
En otra búsqueda posterior pude confirmar que no era zurdo, o que al menos no se sabe a ciencia cierta.
Las IAs conversacionales o chatbots usan una tecnología llamada modelo de lenguaje grande (LLM). Estos modelos se entrenan analizando cantidades masivas de texto digital (de Internet, libros, artículos y otras fuentes). Cuando haces una pregunta, convierten tus palabras en representaciones numéricas, las comparan con lo que aprendieron durante el entrenamiento y generan una respuesta coherente. Su funcionamiento se parece más a una calculadora muy compleja o al autocompletar del móvil que a un razonamiento humano en sentido estricto.
Son una herramienta formidable, pero cada vez más gente empieza a tomarlas como un oráculo infalible o incluso como una especie de dios omnisciente. Sin embargo, tienen un largo historial de fallos. Ha habido casos de sesgos y de invenciones a través de datos insuficientes, que son conocidas como alucinaciones de la IA.
Aunque muy espectaculares, estos casos no son en realidad los que más me preocupan. Los que me preocupan de verdad son aquellos que nos pasan desapercibidos, cuando no hay forma de saber que se está equivocando.
Volviendo a aquel profesor ideal que exponía al principio, creo que es importante cuando enseñas también enseñar a dudar de lo que enseñas. No se trata de caer en el relativismo, sino en fomentar el juicio crítico.
Y el sentido crítico y razonamiento son como un músculo: si no lo ejercitas... se atrofia.
Si me queréis, buscarme
Por si no fuera poco con la tiranía de los algoritmos, los resúmenes de IA que aparecen al principio de la página se están comiendo el tráfico de muchos medios de comunicación. El latrocinio es doble: por un lado muchos de estos chatbots se entrenan con esas fuentes, por otro lado sus resúmenes de las mismas no suelen incluir los enlaces a la información de la que se nutren.
La revista cultural Jot Down viene hablando de un tiempo a esta parte de la necesidad, ante la pérdida de tráfico (y por tanto de ingresos), de encontrar otras formas de encontrarse con el lector. Quizás saliendo de la rueda de hámster del algoritmo y estrategias SEO, y volviendo a un trato más directo con los lectores. Que la gente te busque voluntariamente, no esperar a que se encuentre contigo.
“Si un medio no adapta sus titulares, formatos o narrativas para optimizar el tráfico generado por los algoritmos, queda relegado a la irrelevancia. Las ideas complejas, los análisis profundos o las perspectivas matizadas no tienen cabida en un ecosistema diseñado para premiar lo rápido, lo simple y lo extremo. En este paisaje, paradójicamente, los espacios culturales que no operan bajo la lógica de los algoritmos han adquirido un nuevo significado. Una editorial que publica libros que no priorizan su viralización en redes sociales, un medio que apuesta por reportajes de largo formato en lugar de artículos “clickbait”, o un artista que rechaza las métricas como guía creativa son, hoy, los verdaderos herederos del espíritu contracultural” (La contra algoritmia es la nueva contracultura).
Jot Down pertenece a esa clase de revistas (The New Yorker, Harper´s Magazine, Vanity Fair, The Atlantic…), que te cuentan cosas que no sabías que te interesaban, y del que este humilde blog toma su inspiración.
Y hablando de cosas que no sabías que te interesaban, y volviendo al principio de la búsqueda como requisito previo al conocimiento, os dejo con estas palabras del columnista de El País Sergio del Molino, hablando medio en broma medio en serio del algoritmo de sugerencias de Netflix:
Querida IA de Netflix: vamos a hablar del deseo. Te crees muy lista. Tus programadores te han hecho creer que puedes saber lo que deseo, no solo según mi historial de cliente, sino según mi estado de ánimo. Quieres saber si estoy triste o con ganas de guasa; si tengo el cuerpo de Góngora, como el Garcinuño de Amanece, que no es poco, o de drama iraní; si me apetecen chistes de pedos o ironías finísimas. Pues ahórratelo, querida mía: yo no sé lo que quiero hasta que lo quiero (…) En tiempos de Tinder y de aceptar todas las cookies, nos hemos embrutecido tanto que concebimos el deseo como una forma de elección entre varias opciones. Reducimos la vida a un examen tipo test, pero el deseo no es predecible ni viene determinado por factores cuantificables. El deseo se expresa en la exploración. ¿Cuántas veces hemos creído que deseábamos algo, y una vez en nuestras manos, nos ha parecido soso o desagradable? Y al revés: ¿no te has tropezado con algo que en principio te resultaba indiferente, incluso odioso, y una vez metido en faena te ha causado un placer que no esperabas?
*Comparto con vosotros algunas preocupaciones pero no quiero sonar alarmista. Creo que Internet y la IA son grandes herramientas, solo debemos estar seguros de que somos nosotros los que las manejemos, no ellas a nosotros. Gracias a la IA he podido sintetizar algunas definiciones que utilizo en este texto y aclarar ideas. Tampoco soy ningún especialista, he aprendido bastantes cosas mientras escribía este post, lo que es una de las razones por las que tengo este blog, para aprender.
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