domingo, 20 de julio de 2025

¿Hablas mi idioma? Lost in translation

Te levantas en medio de la noche, no puedes dormir debido al jet lag. Visitas el bar del hotel, que a esa hora parece una isla en medio de la oscuridad, una balsa con algunos pocos naufragos como tú, que perdieron ese billete que llevaba a la levedad del sueño y del olvido.

De pronto, entre los habitantes de este no lugar, encuentras unos ojos que vistes antes. Fue uno de esos destellos que surgen cuando cruzas la mirada con alguien y los dos sabéis que estáis pensando lo mismo. 

Suntory Time

A veces me gusta ir al cine solo. Cuando uno va al cine por su cuenta no elige lo más obvio, sino aquello que realmente desea o que siente que no podrá ser compartido con nadie más.  El cine se convierte entonces en algo parecido a la lectura: tú y el autor, sólos, frente a frente. Pero con un añadido: el público. Y esa a veces es parte de la magia: sentir que se comparte algo con extraños, durante un rato efímero, en un espacio prestado... ¿Qué mejor definición de la vida?

Esa sensación de provisionalidad también la tenemos en los viajes y en los hoteles, espacios transitorios, que con su aire impersonal nos recuerdan que estamos de paso entre sus paredes, en una vida que no es exactamente la nuestra, la vida de verdad. En este no lugar se abre un tiempo prestado, paralelo, como en el Hotel Park Hyatt de Tokio, escenario de Lost in translation.

Otra certeza: hay historias que tienen que encontrarte en el momento oportuno. La primera vez que vi Lost in Translation me gustó, pero no acabé de entenderla. Quizás por la edad o por mis experiencias vitales, no me sentía identificado en ninguno de los dos personajes, interpretados por Bill Murray y una joven Scarlet Johansson. Hace unas semanas la volví a ver y me conmovió profundamente. ¿Qué ha pasado? La vida. La vida ha pasado.

Sofia Coppola lleva las riendas de la dirección y escribe el guión, que fue premiado con el Óscar. Sofia debe ser una de las personas más jóvenes en haber debutado en pantalla (en El Padrino, dirigida por su padre, "interpreta" a un bebé). Pronto se daría cuenta sin embargo de que lo suyo era la dirección y nos ha obsequiado desde entonces con cintas como Las vírgenes suicidas (1999). Maria Antonieta (2006), Somewhere (2010) o la más reciente Priscilla (2023). En todas ellas destaca por la delicadeza de su mirada y un exquisito gusto para elegir las bandas sonoras.

Scarlett Johansson tenía 18 años en 2003 y estaba lejos de ser la famosísima actriz que es hoy día, gracias a una extensa y estudiada carrera que ha combinado papeles muy comerciales (Lucy, 2014, Vengadores: Infinity War, 2018), con otros en cine independiente y de autor que aportan prestigio (Match Point, 2005, Historia de un matrimonio, 2019). Deciros que me dejó pasmado con su papel en Her en el que solo con su voz da vida a una inteligencia artificial de la que se enamorará Joaquin Phoenix.

Bill Murray ha tenido una vida que daría para una serie de HBO. En 2003 era ya un actor de sobra conocido, dotado de una gran vis cómica que quizás ha contribuido sin embargo a que la industria no haya tomado en serio sus dotes interpretativas. Aunque ha participado en decenas de filmes, yo siempre lo recordaré por la emblemática Atrapado en el tiempo (1993). Con Lost in translation consiguió la primera y de momento única nominación al Óscar, además del aplauso unánime de la crítica. 

Ambos actores estaban en momentos vitales de alguna manera relacionados con su papel en la película, y además poseían algo incalculable que no se puede comprar ni crear: una gran química entre ellos.

Traducciones

Bob Harris, una estrella del cine que no atraviesa su mejor momento, viaja a Tokio para grabar un no muy estimulante pero lucrativo anuncio de whisky japonés. En el bar del hotel donde se aloja encontrará a Charlotte, recién graduada en la universidad y casada con un fotógrafo que parece no encontrar tiempo para estar con ella. Charlotte parece estrenar una adultez cuya dirección aún no sabe que rumbo debe tomar. 

Toda la película gravita en torno a la dificultad de ser entendidos. Los dos protagonistas no se sienten comprendidos por sus seres más cercanos. Hablan en su mismo idioma, pero no los entienden. La historia abunda en esa idea de significados que se pierden en el camino (como la risible grabación del anuncio de Whisky Suntory). Que el escenario sea Japón no hace sino poner aún más de relieve la idea de incomunicación y desconcierto ante un mundo extraño. La sensación de hablar un idioma que nadie comprende. 

Hasta que alguien sí lo comprende.  

Las mejores historias de la vida a menudo no se pueden contar. Y si se intenta, algo de ellas se pierde en el camino, se resiste a ser apresado con palabras. Lost in translation habla de esa conexión que a veces establecemos con la persona más inesperada, una conexión breve en el tiempo, porque su fuerza está precisamente en su excepcionalidad. 

Son esos momentos en la vida que duran muy poco, pero que recordarás siempre. 

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