“La realidad supera a la ficción” ¿Quién no ha escuchado alguna vez esta frase? Suele venir precedida por una historia verídica ocurrida al autor de la misma, cuyas expectativas serán altas en el escuchante, altísimas, pues tiene que competir con la imaginación que ha dejado en nuestra mente la palabra ficción: ese reino donde todo es posible, precisamente porque no lo es.
“No hay nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad" nos confiesa la propia autora en un lugar del libro que tenemos entre manos. ¿Y qué tenemos entre las manos? dieciséis crónicas y perfiles, varios ensayos que suenan a alegato, un curso sobre periodismo de alguien que confiesa en la primera página que jamás asistió a una clase de periodismo… Toda esta colección de piezas a modo de puzzle, este continente poblado de lugares posibles y extraordinarios, solo tiene en común entre sí su filiación con la realidad, el hecho inaudito pero cierto de que ocurrieron.
Un mago manco, la ancianita que envenenó a sus amigas con tazas de té, el médico cuya mayor pasión es actuar como el doble de Freddie Mercury, el líder con síndrome de Down de una banda de rock psicodélico… Muchas son las critaturas que pueblan este bestiario convertido en libro.
Pero no se trata de un simple muestrario de personajes frikis. La extrañeza parte de una mirada que cuestiona la realidad, mirándola a través de otros ojos. Así, el perfil de un crítico de cine argentino o esa semblanza del tendero chino de la esquina encierran no menos belleza y extrañamiento.
Una forma de arte
La crónica vive hoy un momento muy estimulante en las páginas latinoamericanas. De hecho, muchas de estas piezas aparecieron en revistas como el Malpensante, Gatopardo, Página/12, etc. A este periodismo narrativo o literatura de no ficción, que es una de mis pasiones, le he dedicado más de un artículo. Por eso dejaré que sea hoy la autora – una de las indiscutibles especialistas del género –; quien lo defina en sus propias y exactas palabras:
“Hablamos, claro, de crónicas sólidas que encierran una visión del mundo y se reconocen como una forma de arte, y no de pegotes amasados sin entusiasmo para llenar dos columnas del diario de ayer. Estas crónicas toman del cine, de la música, del cómic o de la literatura todo lo que necesitan para lograr su eficacia. El tono, el ritmo, la tensión argumental, el uso del lenguaje, y un etcétera largo que termina exactamente donde empieza la ficción. Porque la única cosa que una crónica no debe hacer es poner allí lo que allí no está”.
Hay muchas cosas que me gustan en la manera de escribir de Guerriero. Su sentido del ritmo, su capacidad para encontrar palabras que definen un concepto abriéndonos los ojos como el que descorre una cortina. Los finales lapidarios que a veces redondean una lectura memorable y suenan a solo de batería y a platillos finales del ingenio. Pero si tuviera que destacar algo es el equilibrio entre distancia y empatía que muestra en los perfiles.
Uno de sus grandes aciertos como escritora – y como reportera – es la capacidad de darle a cada persona su propia voz. Cuando cada personaje habla a través del diálogo, lo escuchamos a él, no a una transcripción. Su forma de hablar y de expresarse nos dice tanto del mismo que la autora no tiene que describirnos lo obvio. Es algo que brilla con especial intensidad en la entrevista que hace a su tendero chino y en la del hacendado terrateniente argentino en “El Rey de la Carne”.
Por el contrario, no me gusta tanto cuando se pone demasiado lírica. Considero a la Guerriero contenida y sobria, precisa e irónica muchísimo más interesante. Esto hace que prefiera las piezas más ligeras en contraste con las más densas y dramáticas. Excepción hecha con “Lazos de sangre” crónica del reencuentro tras la dictadura de una familia, que es magistral de principio a fin.
Así me pasa también que, frente a la muy celebrada y meritoria “La voz de los huesos” sobre el equipo forense argentino encargado de desenterrar e identificar a los represaliados de la dictadura, me quede con la divertida e incisiva crónica del mundo de la venta de cosméticos a domicilio que es “El mundo feliz: venta directa”. Y lo mismo me pasa con “Rock Down”, que me hizo reír a carcajadas, o con “Rene Lavand, el mago de una mano sola”, que prefiero, pese a ser menor en sus pretensiones, a“Sueños de libertad”.
Mucho que aprender
En la última parte del libro “Sobre el periodismo” tenemos una serie de ensayos metaliterarios de gran valor, por cuanto nos sirven de auténtico making off de muchas de las crónicas ya leídas y estoy seguro que hará las delicias de cualquier persona interesada en los entresijos de la creación literaria y periodística, a estas alturas ya equiparadas. Es de esta última parte de la que no he podido resistirme a transcribir algunos textos de la autora que sirvan a modo de broche final a este paralajes*.
“Escribir es, a veces, como poner levadura en una masa: no hay que hacer nada, excepto dejar que las palabras hagan su trabajo. Y hay que tener cuidado, porque lo harán con eficacia aterradora”.
“Pero para poder ver no sólo hay que estar: para poder ver, sobre todo, hay que volverse invisible. Aplicar discreción hasta que duela, porque sólo cuando empezamos a ser superficies bruñidas en las que los otros ya no nos ven a nosotros, sino a su propia imagen reflejada, algunas cosas empiezan a pasar”.
“Hay que haber mirado mucho para escribir tres líneas que lo digan todo. La confianza de un lector es un acto de fe que se conquista no pidiendo un milagro a san Benito sino con una voz segura en la que cada palabra visible esté sostenida por invisibles diez mil”.
“Cuando termino, después de muchos días y varias correcciones, releo y me hago estas preguntas: ¿tiene toda la información necesaria, las fechas son correctas, las fuentes están citadas, la cronología tiene saltos inentendibles, hay escenas estáticas intercaladas con otras de acción, fluye, entretiene, es eficaz, no tiene mesetas insufribles, hay descripciones, climas, silencios, tiene todos los datos duros que tiene que tener, hay equilibrio de voces y opiniones, hay palabras innecesarias, tics, autoplagios, comas mal puestas, faltas de ortografía, me esforcé por darle, a cada frase, la forma más interesante que pude encontrar?”
“La cosa más importante acerca del arte de contar historias me la enseñó la película Lawrence de Arabia que vi más de siete veces, a lo largo de un invierno helado, en la ciudad donde nací. Aprendí que lo que importa no es el qué, sino el cómo. No la historia, sino los vientos que la empujan”
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