Durante el Mundial del 2018 se hicieron famosos los improperios de la afición argentina, que veía como su equipo no estaba jugando a la altura de sus expectativas. La capacidad para la retórica superlativa de la hinchada quedó de sobra demostrada, pero me acuerdo de uno que, no contento con los límites lingüísticos y tipográficos pedía desesperado: ¡DADME MAYÚSCULAS MÁS GRANDES!
Creo que igualmente, de haber podido, le habría gritado a este autor: ¡SÉ MÁS CONCISO! ¡DETÉN LAS DIGRESIONES! ¡DAME FRASES MÁS CORTAS! Pero es inútil: David Foster Wallace nos dejó en 2008 con una obra tan desmesurada y a la vez corta como su peripecia vital.
¿Por qué lo he elegido entonces? Pues porque creo que está bien romperse a uno mismo los esquemas como lector. Venía de hablar de dos autores (Raymond Carver y Lucia Berlin) que son conocidos por su contención y uso de la palabra exacta, de seguir el precepto del “menos es más”. Me parecía interesante irme al extremo contrario, tan solo para ver lo que podía aprender de un enfoque totalmente distinto.
Y también, justo es decirlo, porque había leído uno de los cuentos de Entrevistas con Hombres Repulsivos este libro de relatos que hoy os traigo y creía -iluso de mí -, que los demás se le parecerían. Estoy hablando de "En lo alto para siempre", una narración impresionante ya desde el inicio:
También conocía a Wallace por "Algo Supuestamente Divertido que no Volveré a Hacer", una crónica llena de ironía sobre la experiencia del autor en un crucero por el Caribe con la que me reí muchísimo.
Así que me creí preparado y positivamente predispuesto para leer el libro de cuentos de este autor. ¿Qué podía salir mal?
Foster Wallace contra el algoritmo
Wallace era un genio. Después de un debut totalmente a contracorriente de su época con la novela posmodernista La Escoba del Sistema, a los 35 publicó su obra maestra: La Broma Infinita, una novela con más de 1.200 páginas que es considerada una de las más importantes del siglo XX. Sus temas son la adicción, la mediatización de los medios de masas en las relaciones humanas y el egocentrismo.
Como heredero de los posmodernistas, su escritura se caracteriza por la fragmentación, los relatos no lineales, muchas veces rotos con digresiones y (absoluta marca de la casa) - larguísimas notas al pie. Hay una subversión de las convenciones en cuanto a los géneros y un uso de la metaficción (una narrativa que reflexiona sobre sí misma).
Pero lo que Wallace nos trae como novedad es un humanismo pesimista frente a la cultura de masas, que en su época era encarnada sobre todo por la televisión y la publicidad. El escritor narra el intento de los seres humanos por tener comunicaciones y experiencias genuinas en medio de de una sociedad saturada por los medios. Wallace alerta contra la dificultad de fijar la atención, la fragmentación constante que ejemplificaría el zapping... ¿No sentís que hay algo muy actual en esta preocupación?
Por eso, una de las características de sus relatos es no ponérselo fácil al lector. Pero no por simple boutade, sino porque el autor quiere que el lector sea un sujeto activo, que se implique en lo que está leyendo.
Foster Wallace contra la indiferencia
Tengo que confesar que muchos de los relatos de este libro me resultaron exasperantes difíciles de terminar. Digresiones neuróticas, cláusulas y más cláusulas en oraciones subordinadas interminables... Pero hay un punto que te reconcilia y te permite conectar con el autor. Y es su honestidad. Wallace escribe sobre lo que sabe y siente, y lo hace sin trucos ni poses. Considera que frente al entretenimiento vacío y manipulador de los mass media y la publicidad, es responsabilidad del autor ser generoso y auténtico hacia el lector.
Pero es que además el autor no te cuenta una historia desde fuera, hace que la experimentes directamente, sumergiéndote con él en el lodazal si es preciso.
Un cuento que ejemplifica esto a la perfección es "La Persona Deprimida". En él se narran los sentimientos y experiencias de una persona en ese estado. Mediante el uso de frases largas y repetitivas que vuelven de forma egocéntrica una y otra vez a lo mismo, sentimos la impotencia y falta de perspectiva que se siente ante la depresión.
En "Entrevistas con Hombres Repulsivos" que en realidad son 18 historias a modo de diálogos repartidas a lo largo del libro, Wallace utiliza también recursos muy interesantes. El primero es que vemos las respuestas, pero no las preguntas, teniendo que inferirlas y por tanto obligándonos una vez más a dejar de ser un simple espectador y poniéndonos en la piel del entrevistador. Pese a que las historias contadas por los hombres son como su nombre indica, repulsivas, el uso de interpelaciones directas al entrevistador/lector y de razonamientos muy sinceros nos hacen sentir una extraña empatía por los sujetos a quienes llegamos a entender quizás mejor de lo que quisiéramos.
Foster Wallace contra el el cinismo
Me sorprendió mucho descubrir que Wallace era un maniático de la perfección que hacía multitud de versiones de cada cuento hasta que cada palabra estuviese en el lugar que creía adecuado, porque muchos de los cuentos parecen muy espontáneos, con un fuerte registro de la lengua oral. Lo que está claro es que frente a escritores que buscan ante todo "tener una voz" o un "estilo" fácilmente identificable, en Wallace la forma se pone al servicio del efecto que se quiere conseguir en cada historia. En unos relatos puede ser coloquial e irónico. En otros elaborado, reiterativo e incluso tedioso. Todo sigue algún propósito aunque pueda no ser evidente en una primera lectura.
Por cierto, con respecto al humor e ironía, que son rasgos muy característicos de él, estos nunca se utilizan como un fin en sí mismos, sino como una herramienta para mostrar verdades más profundas. En no pocos relatos el humor abre el tema para acabar poco a poco convirtiéndose en una reflexión cada vez más seria de la experiencia humana. Me ha fascinado por ejemplo aquel, que empieza con la fantasía sexual de un adolescente que para disfrutarla necesita que dicha fantasía sea "plausible" según las leyes de la lógica, y esa búsqueda de la verosimilitud, cada vez más obsesiva e inalcanzable, le lleva a sentir lo que sentiría un dios ante su creación (1) ¿metáfora de lo que es el acto creativo y sus responsabilidades? O la que arranca casi con tonos de comedia salvajemente sarcástica y divertida en torno a un padre que odia a su hijo (2) para poco a poco convertirse en una pesadilla en torno a la naturaleza del amor y el deseo. En otra de mis historias favoritas, un hombre que cree conocer y poder utilizar a su antojo a una "panoli" de pronto descubre en ella algo que le hace verla de otra manera, o tal vez, simplemente y por primera vez, verla (3).
En otras palabras, y pese a lo que pueda parecer a primera vista, no se trata de historias cínicas que miran a sus personajes desde arriba, de forma condescendiente. Hay una autenticidad, un deseo de llegar a verdades profundas y una empatía que a mí me ha reconciliado en los peores momentos con la parte más complicada de la lectura. El autor se me hace así como un maestro que utiliza métodos poco ortodoxos para "despertar" al alumno, para hacerle ver el mundo de una manera distinta, menos evidente.
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