lunes, 21 de abril de 2025

La otra Generación del 27: Las Sinsombrero (primera parte)

“Un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso, que era estudiante de Bellas Artes, y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos (que) parece que estamos congestionando las ideas, y atravesando la Puerta del Sol nos apedrearon llamándonos de todo por no llevar sombrero...” (Maruja Mallo).

Luis Cernuda, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández... y cía. En mi adolescencia los descubrí y fueron desde entonces mucho más que parte de una asignatura que había que aprobar. Eran voces lejanas y al mismo tiempo tremendamente cercanas que salvando las enormes distancias, pude sentir como maestros, enseñándome la belleza de la poesía. Aquella que habla de nosotros, que nos interpela directamente. Con ellos llegarían la Generación de los 50, la poesía de la experiencia, Joan Margarit y tantos otros descubrimientos. Pero ellos fueron los primeros. Y ya sabéis que los primeros amores jamás se olvidan.

Por eso mi sorpresa cuando tantos años después descubrí que existía una Generación del 27 femenina de la que apenas se había hablado. Pero dejemos antes claro una cosa: no se trata de la versión femenina, ni de las amigas de ni de las mujeres de. Ellas – y esto ha quedado claro para mí –: son la Generación del 27. Tanto como ellos. Y solo así con sus nombres e historias puede estar completo el relato de estos jóvenes que soñaron con un mundo nuevo y pusieron las primeras piedras de la modernidad en nuestro país.

He aquí la historia de algunas de ellas, conocidas como “las Sinsombrero”.

Margarita Manso, la musa de Dalí y Lorca
Pintora (1908-1960) 

Un día de pequeña, cuando su madre aún vivía, Margarita Conde Manso encontró el Romancero gitano de Lorca en su casa. Uno de esos poemas “Muerto de Amor” estaba dedicado a una tal Margarita Manso. “¡Anda!” Pensó: “se llama igual que mi madre”. No se le pasaba por la cabeza que su madre pudiera ser la persona a quien el poeta granadino había dedicado uno de sus mejores poemas.

Margarita Manso nació en Valladolid el 25 de noviembre de 1908. Su padre muere cuando ella tiene cuatro años y su familia se traslada a Madrid. Allí, su madre, Carmen Robledo, será una de las modistas que introducirán la moda parisina a lo garçon, que vestía a las mujeres con ropas más livianas y modernas. Margarita, que posee una belleza exótica ya desde su adolescencia, se convierte en modelo de los diseños de su madre.

En 1923 ingresará en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde coincide durante tres cursos con Maruja Mallo y con Salvador Dalí, que estaban un curso por encima pero que pronto la acogen como a una más. A través de ellos, conoce a Federico García Lorca, del que se hará íntima. En aquellos años entra en contacto con las figuras más relevantes del universo artístico de Madrid; ella es divertida, moderna, bella y enigmática: “todos nosotros teníamos sueños eróticos con ella” reconocería el escritor José María Alfaro.

Con el grupo vivirán incontables e iconoclastas aventuras (Dalí era muy aficionado a hacer performances y todo tipo de actos que buscaban el escándalo). Una de sus “travesuras” fue colarse en el Monasterio de Santo Domingos de Silos: Según los recuerdos de Mallo, un domingo ella, Manso, Lorca y Alberti, fueron de excursión y se acercaron al convento con la intención de entrar en la iglesia. Pero los monjes se opusieron rotundamente a que las dos mujeres accedieran. Ante eso, las chicas se disfrazaron con atuendos masculinos para hacerse pasar por hombres, ayudadas por las chaquetas de sus compañeros, que convirtieron en improvisados pantalones, y ocultando su pelo bajo una gorra.

En 1927 Margarita termina los estudios. Nunca se dedicará profesionalmente a la pintura. Seguramente abandonó la Academia de San Fernando de la mano de quien sería su gran amor, el pintor Alfonso Ponce de León, también estudiante de la Escuela de Bellas Artes. Tres años después emprenderán juntos un viaje a París, donde conocerán a Pablo Picasso. Al parecer, permanecieron varios meses en la Ciudad de la Luz y allí establecieron contacto con la llamada Escuela de París, integrada por los pintores Francisco Bores, Manuel Ángeles Ortiz y Hernando Viñes. 

En 1933, Alfonso se afilia a Falange Española, y eso influye notablemente en el entorno social de Margarita, quien no se posiciona políticamente. Hay que decir que en aquella época previa a la Guerra Civil, las diferencias ideológicas, aunque podían provocar discusiones airadas, no eran causa de distanciamiento entre amigos, por lo que es muy probable que siguiese la amistad con el grupo de San Fernando. Pero cuando los militares se sublevan el 18 de julio de 1936 todo se rompe. El 20 de septiembre de 1936 Alfonso es detenido. Margarita desesperada lo busca por las diferentes checas, hasta que descubre que su gran amor ha sido encerrado y ajusticiado en la que se encontraba en el Círculo de Bellas Artes. Tiene 28 años. Hundida viaja a Barcelona primero y más tarde se exilia a Italia, acogida por un grupo de intelectuales falangistas.

Pasado un tiempo regresa a España por Guipúzcoa y se refugia en Burgos, donde se introduce en el círculo del poeta Dionisio Ridruejo, conocido como el Grupo de Burgos, con el que colaborará diseñando carteles y decorados para su grupo de teatro Compañía Nacional. A los pocos meses de llegar a Burgos, conocerá al que se convertirá en su segundo marido: Enrique Conde Gargollo, doctor en endocrinología y nutrición, colaborador de Falange y hombre del régimen. Según Margarita Conde Manso su abuela, Carmen Robledo, animó a su hija a casarse, ya que sufría por la soledad de ésta en un entorno tan hostil. 

Margarita vuelve a Madrid a finales de 1938. Su hermana pequeña había muerto y su madre se exilia junto a su hija Carmen en México, así que Margarita se deja arrastrar por los acontecimientos. Su marido le convence para someterse a un duro tratamiento hormonal para poder engendrar. En cuatro años nacerán sus tres hijos: Enrique, Luís y Margarita. 

Como relata Tània Balló en su libro, sus hijos conservan muy pocos recuerdos de su Margarita, que murió siendo ellos aún pequeños, pero hay uno que no olvidan: el de su madre por las noches en la intimidad de su habitación, cuando les recitaba poemas de un tal Federico…

El Panteón de Hojalata (Margarita Manso)

Marga Gil Roësset, la artista genial y trágica
Escultora e ilustradora (1908-1932)

«Marga, quiero contar tu historia porque tarde o temprano la contarán quienes no te conocieron o no te entendieron». Con estas palabras empezaba un escrito Zenobia Camprubí, refiriéndose a la escultora tras su trágica muerte. Como cuenta Tània Balló, la escultora, casi olvidada, se quitó la vida con 24 años por amor a uno de esos ilustres del 27 que nunca han sido olvidados.

Marga Gil Roësset nace en Madrid en 1908 en el seno de una familia de alta burguesía. La madre, especialmente en el caso de las hijas, va a ofrecerles una exquisita educación. Marga y su hermana mayor Consuelo desde muy corta edad tocan el piano, hablan cuatro idiomas y viajan por Europa. Aprenden técnicas de dibujo en el estudio del pintor José María López Mezquita. En 1920, con doce años, Marga ilustra El niño de oro, un cuento infantil escrito por su hermana Consuelo de quince años. Las figuras que dibuja, con pocos rasgos son capaces de transmitir una gran expresividad, dando muestra de su personalísimo estilo. 

Ilustraciones de El Niño de Oro, de Marga Gil Roësset

“A usted, que no nos conoce, pero que ya es nuestra amiga, Consuelo y Marga” con esta dedicatoria en letra infantil las dos hermanas le hicieron llegar un ejemplar de su cuento a Zenobia Camprubí (traductora de Radibranath Tagore), a la que admiraban mucho, y a su marido, Juan Ramón Jiménez. En 1923 las hermanas publican en París su segundo cuento ilustrado: Rose des Bois, que se convierte rápidamente en un objeto de culto. Se cree que Antoine de Saint Exupery se inspiró en los dibujos de Marga para sus ilustraciones de El Principito

A partir de la publicación de este segundo libro las dos hermanas dejan de colaborar. Mientras Consuelo ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, Marga va dirigiendo su talento hacia la escultura. En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1930, con solo veintidós años expone el conjunto escultórico Adán y Eva, que deja a la crítica atónita. “Adán y Eva, padres del género humano. Viejos como el mundo. Atlético él, fuerte como para engendrar a todos los hombres. Débil ella, apoyada en el robusto pecho del hombre, pero amplio su seno como para amamantar a toda la Humanidad. En sus caras reflejo el dolor; dolor por el paraíso perdido, dolor de sentirse solos en medio del planeta, dolor por todos los dolores que habrán de arrastrar sus hijos a través de los siglos. No sé si habré logrado mi idea”, explica Marga en una entrevista.

Adán y Eva, de Marga Gil Roësset

Zenobia Camprubí, a quien las hermanas habían hecho llegar su libro ilustrado se hace amiga y en cierta medida, protectora de Marga. En una ocasión la invita al teatro, donde conoce a su marido, el poeta Juan Ramón Jiménez. A partir de ese encuentro que será crucial, el matrimonio y Marga inician una estrecha relación que hará de contrapeso al ferreo control que ejerce la madre. En la casa del matrimonio Marga se siente libre, cómoda. Con la idea de ayudarla a salir un poco de su casa, aceptan que la artista les haga un busto. Así, Marga visita cada día su casa, pasa muchas horas en soledad con Juan Ramón y termina enamorándose de él.

Juan Ramón al parecer la rechaza, y Marga se obsesiona aún más. Sintiéndose incapaz de encontrar una vida que le pertenezca, toma una decisión dramática. Un día Marga visita a Juan Ramón y le deja unos papeles que pide que no lea hasta pasados unos días: son su diario, donde confiesa el gran amor que siente por él. Marga se despide entre lágrimas, regresa a su taller y destruye a martillazos varias de sus obras, pero no toca el busto de Zenobia. En una carta dirigida a ella se disculpará por haberse enamorado de su marido. Coge un taxi, se dirige a una camisa de un tío suyo en las Rozas y allí se quita la vida.

Concha Méndez, la mujer inconformista y vital
Escritora y editora (1898-1986)

Contaba Concha en las memorias grabadas en casete por su nieta Paloma Ulacia que un dia les visitó un amigo de su padre y éste les preguntó a sus hermanos, que eran muy pequeños: “¿Tú qué quieres ser de mayor?”, y ella se adelantó, ya que no le preguntaba: “Yo voy a ser capitán de barco cuando sea mayor”. Y él le dijo: “Las chicas no son nada”.

Concha Méndez fue realmente algo: campeona de natación, poeta, guionista, dramaturga, editora, impresora, vendedora de libros y un sinfín de cosas más. Toda una Leonardo Da Vinci en medio de una época que ella ayudó a transformar con su rebeldía inquebrantable. 

La mayor de once hermanos, nació en julio de 1898  en una familia acaudalada, mezcla de aristócratas por parte de madre y banqueros por la del padre. Durante el invierno vivían en Madrid, pero en verano se trasladaban a San Sebastián como acostumbraba entonces las clases altas. Allí pasaban largas temporadas. En ese ambiente recatado la joven se aburría mucho y solía sentarse en el paseo de la playa de la Concha, imaginando como sería cruzar un día el océano y descubrir nuevos parajes.

En una de esas estancias veraniegas conocería a Luis Buñuel, antes de convertirse  en el famoso director de cine. Ella tenía dieciocho y él dieciséis. Estuvieron juntos siete años. Ella fue la novia secreta de Luis, ya que él no quería presentarle a sus amigos en la Residencia de Estudiantes. “Cuatro veces por semana íbamos a bailar y los demás días al cine y al Retiro. Entonces yo no sabía que Buñuel tuviera una visión cinematográfica del mundo (quizá él tampoco lo sabía). Nuestras preferencias eran Chaplin y Buster Keaton”.

A diferencia de otras Sinsombrero, sus padres no alentaron su desarrollo cultural, y los primeros libros los leyó con dieciséis, gracias a un inquilino de su padre, un profesor de literatura, que le prestó obras de Chéjov y Dostoievski. Pero sus aspiraciones iban más allá del coto cerrado al que le quería reducir su familia y empezó, de forma autodidacta, a formarse, yendo de oyente a cursos de universidad, a espaldas de sus padres.

En 1925 el traslado de Buñuel a París termina con la relación pero Concha lejos de llorar la ruptura decide aprovechar para conocer los amigos que Buñuel le había ocultado “Ahora hago de las mías, voy a conocer a todos estos”. Con “estos” nos referimos a Lorca, Dalí, Alberti… Concha llamó a la Residencia con la suerte de que fue Lorca quien contestó el teléfono. “Hola – le dijo –, habla la novia desconocida de Buñuel”. Por supuesto ya le había conseguido intrigar: ¿a quién no le gusta un buen chisme?

En una escena que me encanta imaginar, Concha citó a Lorca en su casa. Para recibirlo se pone un batín morado de estilo oriental y se pinta la cara como las actrices del cine mudo. Lorca llega para tomar el té. Lo hace pasar al despacho de su padre, en donde una lucecita crea un ambiente de claroscuro. “De morado, sobre el sillón azul, sofisticada, le conté las cosas que sabía de la Residencia; todo lo que viví sin vivir durante años (…). Se fue un poco deslumbrado, como diciendo “Qué chica, que mujer más extraña esta”. Así, Federico y ella se hicieron amigos.

Poco después, en un recital del poeta granadino en el Palacio de Cristal del Retiro, Concha tiene una revelación. “Allí encontré mi camino. Esa misma noche empecé a escribir”, recuerda. Concha rápidamente se une al grupo de Lorca, Dalí, Mallo, Alberti... A la familia no le gustaba lo más mínimo que se codeara con ese grupo de amigos alocados… ¡La Generación del 27! Ya sabéis, las malas influencias.

Se hizo especialmente amiga de la pintora Maruja Mallo, otra mujer como ella, que disfruta de la libertad sin pedir permiso y que se enfrenta con satisfacción a los estereotipos sobre cómo debe comportarse una jovencita de buena cuna. Juntas pasean por los barrios bajos de Madrid, acuden a verbenas, a los salones y tertulias, a conferencias. De esta estrecha amistad tenemos como testigo los cuadros de Mallo en los que Concha aparece posando, por ejemplo La ciclista (1927) o La chica de la cabra (1929). Y es que hay que decir que Concha era una entusiasta del deporte (ganó el concurso de natación de las Vascongadas en uno de esos veranos que pasó en San Sebastián). 

La Ciclista, de Maruja Mallo

Rafael Alberti le ayuda a ordenar sus ideas y le asesora con sus primeras poesías, y en 1926 Concha publica Inquietudes, su primer poemario. En 1927 firma el guion de Historias de un taxi. Y después su segundo libro de poesía Surtidor (1928), una obra de teatro… En poco tiempo es por méritos propios una figura reconocida en los ambientes artísticos e intelectuales de Madrid. Se hace amiga de Ernestina de Champourcín, Carmen Conde, Rosa Chacel, María Zambrano, Concha Albornoz, Josefina de la Torre y Ángeles Santos. Es de alguna manera el elemento aglutinador del grupo, en palabras de Tània Balló.

Pero, como dijimos antes, Concha tenía ganas también de ver mundo. Y en 1929 sorprendió a propios y extraños viajando por su cuenta a Inglaterra. Que una mujer en la época viajara sola era raro, un escándalo. Había conseguido el título de profesora de español en el Centro de Estudios Históricos, hecho que había ocultado convenientemente a su familia, así que con este “pasaporte” se embarcó en un navío en el puerto de Bilbao. En tierras inglesas consigue ganarse la vida dando clases y haciendo traducciones.

A los seis meses vuelve a España, pero por poco a tiempo, porque en 1929 con lo poco ahorrado, se embarca de nuevo en dirección a Buenos Aires. “Y comenzó a llenarnos de su presencia encabritada, a obsesionarnos con su inquietud de amazona de mares, cazadora de estrellas, coleccionista de faros y semáforos (…) con un magnífico apetito de vivir, de actuar, de ser feliz”, así la recuerda su amiga, la escritora cántabra Consuelo Berges, que la conoció en Argentina por aquella época. Para sobrevivir económicamente colaborará con importantes periódicos y revistas argentinos, como La Nación.

En 1930 Méndez publica su tercer libro de poemas: Canciones de mar y tierra, con versos dedicados a sus amigas Maruja Mallo, Rosa Chacel, Carmen Conde, María de Maeztu y un aire que recuerda a Alberti en su Marinero en tierra.

En 1932 Concha regresa a España convertida en una escritora de renombre. Ya por aquel entonces se había proclamado la Segunda República y el ambiente era de euforia. Las políticas del nuevo gobierno empiezan poco a poco a otorgar a la mujer el lugar que le corresponde en la sociedad. En Madrid, en el café La Granja, García Lorca le presenta a un joven poeta andaluz, Manuel Altolaguirre. “Fue un encuentro casual, pero de la mayor importancia en mi vida”. Concha y Manuel se enamoran. En él descubre a un compañero y a un colaborador que le acompañará hasta el exilio de ambos en México.

La pareja decide crear una pequeña imprenta que ubican en una habitación del desaparecido hotel Aragón, en el centro de Madrid. Él hace el trabajo tipográfico y ella, vestida con un mono azul de mecánico, hace girar la imprenta, que publicará entre otras la revista Héroe, donde escribieron las grandes plumas de la Generación del 27.

Después de casarse en 1933, el matrimonio tiene su primer hijo, pero este no sobrevive al nacer. De este fatal acontecimiento nace Niños y sombras, una obra impregnada de tristeza y sensibilidad. 

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.

Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.

Manuel es pensionado en Londres para hacer estudios tipográficos, así que la pareja decide irse a vivir a la ciudad del Big Ben, donde siguen con su trabajo incansable de impresores, editando entre otras la revista literaria 1916. Allí también nacerá su hija, Paloma. 

En 1936 la pareja regresa a Madrid, pero enseguida estallará la Guerra Civil, que lo cambia todo. A los pocos meses de iniciada la contienda, Concha decide irse con su hija al extranjero, deambulando por Europa: París, Londres, Oxford y Bruselas, mientras Manuel se encuentra en España, en el frente de Madrid. Tras muchas vicisitudes consiguen reunirse de nuevo y, antes de acabar la guerra iniciarán el exilio hacia tierras latinoamericanas: Cuba y México.

Concha jamás volverá a vivir en España. La familia reside cuatro años en Cuba. Allí coinciden con Maria Zambrano y su marido. En la Habana, el matrimonio montó ¡cómo no! de nuevo una imprenta, llamada “La Verónica”; que editó gran parte de la obra de sus amigos españoles. En la capital cubana  llevará a cabo también una importante labor de ayuda a los republicanos que llegan a la isla.

Al cabo de cuatro años, Concha, Manuel y Paloma se trasladan a vivir a México. En 1944 Manuel dejará a Concha por otra mujer. La poeta abandonará la escritura durante largos años.  

En 1976 publica su último poemario: Vida o río. En 1991 su nieta, a la que nunca agradeceremos bastante, publica las memorias basadas en las cintas que grabó a su abuela relatando su vida (Memorias amadas, memorias armadas). Concha Méndez murió en su casa de México en 1986 a los ochenta y ocho años de edad.

Si turbia la razón y roto el sueño
paso a ser una sombra entre mortales,
quede de mí la luz que ahora me guía
antes de ser mi sombra larga noche.

Quede de mí la angustia y el anhelo
y la risa y el llanto en esa espera.
Que algunos ojos para verme un día
se asomarán al mar donde me muevo.

Maruja Mallo, un ícono de modernidad
Pintora (1902-1995)

Todo un personaje, una mujer moderna y transgresora, de talento descomunal. Ella misma fue una pintura viviente y no lo digo solo por su llamativo maquillaje, sino porque se pintó a sí misma con los colores que deseó, amó a los hombres que quiso y rompió todos los límites del estrecho marco al que estaban sometidos las mujeres de su época. 

La inseparable de Dalí, Lorca y Buñuel, con una vida llena de anécdotas jugosas y momentos legendarios. Cuando regresó a España en los ochenta, parecía creer que solo podía reivindicarse por su amistad con esos hombres ilustres, pero los años han acabado situándola en el lugar que merece: el de una de las figuras de la pintura más importantes del siglo XX.

En 1922 la gallega Ana María Gómez González llega a Madrid junto a su familia. Ella y su hermano Cristino ingresan en la Escuela de  Bellas Artes de San Fernando. Es la única mujer que consigue aprobar el examen de ingreso en 1922. Allí encontrará al tímido y ya excéntrico Salvador Dalí, de quien se hará inseparable. Y gracias a él conocería a los demás, con los que disfrutará de correrías sin fin por el Madrid nocturno y canalla. Algunas de esas aventuras quedaron reflejadas en el cuadro Sueños Noctámbulos de Dalí.

Unos años más tarde conoce a Rafael Alberti, de quien será pareja de 1925 a 1930. Será una relación que les enriquecerá mutuamente; es fácil ver la influencia de Mallo y su vanguardismo en Sobre los ángeles de Alberti. Por desgracia, igual que ocurriera con Concha Méndez en el caso de Luis Buñuel, Alberti tampoco la menciona en sus memorias. Lo cual no consigo entenderlo. Parece que en el caso de Alberti, Maria Teresa León, su segunda mujer, tuvo algo que ver en este silencio.

La otra gran relación fue de amistad con Concha Méndez, de la que ya hablamos un poco más arriba. De sus andaduras juntas surgió la inspiración para el cuadro La verbena (1927). Como explica Tània Balló, en general “las Sinsombrero supieron encontrar un lugar que solo les perteneció a ellas; la conciencia de una lucha contra un tiempo que no era suyo”. 

La verbena, de Maruja Mallo

José Ortega y Gasset conoció la obra de Mallo y quedó tan impactado que dijo que “tenía cuatro brazos, como una diosa” y le propuso organizar su primera exposición individual en las salas de Revista de Occidente el 28 de mayo de 1928. Nunca antes ni después se organizaría una exposición de pintura auspiciada por la prestigiosa publicación. Allí conoce a Ramón Gómez de la Serna, que será uno de sus más fieles admiradores. No me resisto a citaros la deliciosa crónica que el escritor de las greguerías le dedicó: “Allí estaba la autora, pequeñita, con ojos de lince, la cabeza como una veleta de giros rápidos, apretada la nariz a la barbilla como un pájaro orgulloso de su nido de colores (…). María (Maruja), reía y daba la mano como tirando de la campanilla de la amistad, con un zarandeo especial que tenía también su llamada y su punto final”.

En 1931, tras romper la relación con Alberti, se afinca temporalmente en París donde organiza una exposición individual que fue acogida con entusiasmo por las más importante figuras de surrealismo francés. En 1932 regresa a Madrid donde es recibida como una artista ya consagrada. La muerte de su querido padre le obliga, sin embargo, a aceptar una modesta plaza de profesora de dibujo libre y composición para alumnos de primaria en un instituto de Arévalo (Ávila) durante el curso 1933-1934, a fín de poder apoyar económicamente a sus numerosos hermanos.

Cuesta trabajo imaginarse a Mallo en la Castilla profunda, dando clases en un instituto. Debía chocar lo más grande… Ella se refiere a aquel tiempo sin mucho aprecio “todo era siniestro, negro, de gente de una tumbofilia declarada”. El contraste con su vida anterior y con su propia personalidad era demasiado grande y un día no se pudo contener e irrumpió durante una misa en la iglesia de San Miguel montada en bicicleta, avanzando por el pasillo central, girando por el altar mayor y saliendo de la iglesia tan pancha, saludando a los presentes como si nada… “las beatas me miraban como un ángel de Fray Angélico”.

En 1934 regresa a Madrid. Son años de diversión pero con cada vez mayor compromiso político, influida por el ambiente del momento y también por su amiga la filósofa María Zambrano, muy concienciada con las necesidades de los menos favorecidos. Por esta fecha llega a Madrid Pablo Neruda como cónsul de Chile. Su residencia, la Casa de las Flores, se convierte en un lugar frecuentado por los poetas de la generación del 27. Maruja y Pablo hacen muy buenas migas, convirtiéndose en compañeros de escapadas y correrías. La casa del poeta también se covirtió en lugar de encuentros memorables y surrealistas. Aquí podéis escuchar a la propia Maruja (minuto 18.30¨) contando como era alguna de estas inenarrables fiestas. Por estas fechas aparece en su vida el poeta Miguel Hernández con el que entabla una relación. Ambos emprenden viajes por los pueblos de España donde Mallo se empapa de la belleza y poesía del campo y lo popular. Algo de esta influencia se puede ver en Sorpresa del trigo (1936) que surgió de presenciar una manifestación del Primero de Mayo.

El golpe militar que da inicio a la guerra le sorprende en Galicia, donde había ido a participar en las Misiones Pedagógicas. Maruja se esconde durante seis meses en casa de un tío suyo en Vigo. Será testigo de la barbarie de a que dará cuenta ya desde el exilio en artículos publicados en La Vanguardia a lo largo de agosto de 1938.  En diciembre de 1936, con la excusa de hacerla participar en una “exposición urgente” recibe un salvoconducto para escapar a Buenos Aires, Argentina. Se cree que pudo ser Concha Méndez quien movió a sus contactos argentinos para salvar a su amiga.

Allí es recibida con honores, y Maruja utiliza su popularidad para sensibilizar al mundo sobre la situación en España: da conferencias, firma manifiestos y hace declaraciones públicas en apoyo de la República.

Aunque en un principio espera poder regresar pronto, en 1939 con el bando de Franco vencedor, comprende que no será así. Gran parte de su familia se ha quedado allí, muchos de sus amigos están dispersados por Latinoamérica.

Mallo regresará a España en 1965, siendo una de las primeras exiliadas en volver. Vive los primeros años de su retorno con desolación: no quedaba nada de ese Madrid en el que había vivido. Muchos de sus amigos estaban muertos o seguían en el exilio.

Con la llegada de la democracia, Maruja empieza tímidamente a ser reconocida, gracias en parte a una generación de jóvenes vinculados con la movida madrileña que vieron en ella un personaje rompedor y la reivindicaron.

Maruja Mallo muere en Madrid en 1995 con noventa y tres años.  

Ángeles Santos, la artista que tuvo el mundo a sus pies
Pintora (1911-2013)

La última de las Sinsombrero que quedaba (murió con en 2013 con 101 años), no por ello deja de ser una de las más enigmáticas. De hecho, su carácter complicado e introvertido le hizo relacionarse menos con el resto. 

Nació en Portbou en 1911, su padre era funcionario de aduanas, por lo que la familia vivió constantes traslados que los llevaron a vivir entre España y Francia.

En 1928, con diecisiete años, participa por primera vez en una exposición colectiva de artistas en Valladolid. Allí presentó La tia Marieta, Niños en el jardín y Retrato de niña

Niña (retrato de Conchita) Ángeles Santos

En 1929 el Ateneo de Valladolid le dedica una retrospectiva individual, donde llega a exponer unas veinte obras. 

Poco a poco se va refugiando en la pintura como forma de evasión de un entorno familiar sobreprotector y de una vida que la asfixia. “Siempre he sido una persona muy solitaria. Mis paisajes los pintaba sin salir de casa, sin ver a nadie”.

Después de la importante exposición del Ateneo, aborda dos de sus obras más importantes: Tertulia y Un mundo.  

Tertulia, de Ángeles Santos

El cuadro Tertulia lo pinta en un piso que comparte con unas amigas que le hacen de modelo. Las cuatro figuras femeninas que componen la obra se muestran en actitud desafiante ante lo que el mundo espera de ellas como mujeres. Transmiten impotencia, aburrimiento y cierta tristeza. Su obra magna, Un mundo, la pinta sin salir de casa. “Quiero un gran lienzo para pintar el mundo, le dije a mi padre. Puse en él todo lo que entonces había visto, intuido y observado. El universo, el cielo, las almas y el mundo tangible que conocía, las ciudades, las casas, las vidas, los trenes las playas, los ríos, los cementerios. Me inspiré en los viajes en tren que hacíamos por España”. De dimensiones descomunales y estilo cercano al realismo mágico es probablemente su obra más importante.  La obra es expuesta en el IX Salón de Otoño de Madrid del año 1929. El éxito es arrollador y le ofrecen un salón propio para la exposición del año siguiente. Poco tiempo después, expone en el Lyceum Club junto con obras de Maruja Mallo. 

Un mundo, de Ángeles Santos

Ante el éxito de Ángeles, su padre decide acompañarla a Madrid para que entre en contacto con otros artistas e intelectuales. Allí, en el café Pombo conocerá a Ramón Gómez de la Serna, que le muestra una absoluta admiración. Se inicia una larga amistad que según algunos acabó en romance.

De vuelta a Valladolid, extenuada y superada por los acontecimientos, empieza a dar muestras de inestabilidad. Gómez de la Serna, con el que se escribe a menudo, es testigo de ese estado. Ángeles, que cuenta con dieciocho años, siente un gran deseo de libertad que choca tanto con su propia vulnerabilidad como con su conservador círculo familiar. Una noche llega al límite. Su padre la encuentra desnuda en el bosque y fuera de sí. La internan en una clínica de Madrid. Al enterarse Gómez de la Serna monta en cólera y escribe un artículo que aparece publicado en La Gaceta Literaria del 1 de abril de 1930 bajo el titular “La genial pintora Ángeles Santos, incomunicada en un sanatorio”.

A la salida del sanatorio, intenta reconducir su vida. En 1930 acude a la inauguración de su exposición individual en el X Salón de Otoño de Madrid. Visitará París acompañada de su padre, donde expondrá y hará contactos. Ella y Mallo se convertirán en las dos mujeres más asiduas a las exposiciones internacionales. En este momento está en el punto más alto de su carrera, pero algo ha cambiado en su mente. Ya no es la misma; se siente agotada de una vida que no le pertenece y parece tirar la toalla. “Ya no pintaré más con la imaginación, sino con la realidad”. En efecto, no volverá a pintar igual, como si abandonara su rico mundo interior. En adelante su arte será mucho más tradicional y costumbrista.

En 1936 se casa con el pintor Emili Grau. A partir de ese momento reniega de su obra anterior, destruyendo muchos cuadros reutilizándolos para sus nuevas obras, abandonando otros… Solo se salvaron aquellas obras que fueron compradas o regaladas, las que quedan arrinconadas por azar y una pequeña selección que Ángeles decide mantener.

No soy consciente de mi lugar en la historia de la pintura. No tengo nada que decir sobre mí. Mis cuadros están en el Reina Sofía y también se han escrito libros. Ahí está todo”. 

Continuará.

“Y entre todo esto que me gusta pensar, pienso que a través de mi obra estaré en comunicación con gentes a las que no conozco y con las que siempre habrá cierta emoción que nos una. Creo que cuando uno se comunica así, no puede morirse del todo” (Concha Méndez).

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